El primer paso.
Siempre es difícil.
Tan complicado, duro.
¿Siempre? No, no siempre. Estoy recogiendo lo que siembro, bueno, pedacitos. Me quedan pedacitos de violencia y las reservas se ven amenazadas por el invierno que cierne su fragancia en los arboles, flores, asfalto. Las lluvias son escasa pero temibles. Te harán tiritar como de emoción, de esa que tengo poca. Solo nerviosismo. Hasta la ira se ve aplacada por la temporada. Solo molestia.
Estoy boquiabierto y ojiplático esperando las primeras gotas caer en mi lengua o que pasen directamente tocando la campana de la entrada. Que llueva, que llueva. Tormenta. Esa es mi energia. ¿Eso no lo sabia? ¿Verdad? Mi época favorita, la de cualquier holgazán y maleante. Nadie por aquí y nadie por allá. Soledad de la linda, hermosa respiración que me acompaña, ella y el polvo que entra a la habitación. Pegajoso, húmedo, sanguinolento.
Esta es mi temporada. Mi energía. Movimiento. Atras quedaran las sabanas que me atrapan catorce de veinticuatro. Congelado el tiempo en una parada de bus mientras mi cerebro corre, se desliza por las repisas y mis manos se desesperan de escribir, regurgitar cada idea que almacena. Sal de escondite primer pie que va delante de otro y de otro y de otro.
Si lees esto por casualidad, por intención te veo mañana en el puente que conecta tu isla con el resto del rio. Nos vemos. Trae abrigo y tu licor favorito.
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