Gracias por dejarme solo.

Pequeña consideración.

Desde que empecé a escribir a esa edad entre colérica y veloz de los quince años, la misma edad con la que dejé de hacer sonar las campanas del sueño de pintor, ponía mis esfuerzos secretos a casi plagiar las obras que me hacían sentir menos solo, menos incomprendido y reprimido. Intenté de a ratos escribir poemas pero nunca se me ha dado bien el ritmo y las estructuras, hoy por hoy sigue siendo así aún cuando ya he llenado bajo mis esfuerzos cuadernos de poemas que cada vez que los leo no me reconozco ahí, no me acuerdo de ellos, no son memorables. Se que los escribí por la madrugada, casi todos, y en condición somnolienta sin pensar mucho, sin buscar las palabras exactas, sin necesidad de plagiar a nadie pues no me entretenía divagando entre el ojo espectador y la salvaje autocrítica. Escribía y ya. Sacaba las espinas del pescado por así decirlo, con la mano entera, despedazando(me) un poco el tiempo y maltratando al papel. Aunque no recuerdo mucho los versos, aunque no me reconozca ahí en esa furia me conmueven y me llenan de alguna oculta sensación de alivio. Pues no me acuerdo, pues me los he sacado de encima.

Gracias por dejarme solo.

De Venezuela me traje algunas cosas, libros más que nada, ropa heredada y algo de plata para vivir los primeros meses. Entre mis maletas de viaje metí unos cuadernos que en ese entonces eran vírgenes, una carpeta acordeón con los papeles importantes y la remera favorita que hoy no me queda. 

Parece ser que en los últimos días en Venezuela entre la locura, el mal dormir, el doble, el triple chequeo de papeles fui quitando libros, agregando otros, quitando los que había agregado y volviendo a colocar como un cirquero en una biblioteca. Mientras papá, la abuela y los tíos me preguntaban cosas ( de las cosas que un joven no sabe ) me explotó la reserva de cordura que me quedaba. No sé, no sé. Esa semana última hubo de todo lo que se puede esperar de las despedidas, los amigos, los mensajes de Whatsapp, el peso de las maletas, (¿Cuánto pesa?) dividir el peso, pon estos zapatos aquí y esto por acá ¿Encontraste la otra media? Y entre toda esta sarta de pelotudeces viene mí mejor amigo a casa a abrazarme. Lloramos. Nos dimos un abrazo largo y rompedor de columnas. Lloramos de nuevo y nos despedimos como seis veces. Luego recordé porque me iba y porque había empezado todo esto, subí a casa tristisimo y ese día no escuché a nadie pero si los vi mover la boca, llenar el aire de consejos que andén a saber cuáles serán y la cena que de nada sirvió para saciar al desmemoriado Elías que no podía dormir.

Tipo tres o cuatro de la mañana había llovizna en Caracas ¿En la noche había llovido? No sé. No sé. No pude dormir. La agitación y los sudores se acrecentaban y las sombras danzaban y el silencio tenebroso se inmiscuia en los cuencos orbitales. Abrí la maleta y saque un cuaderno muy chiquito. Dibujé después de cuatro años. Saque de mí algunas palabras, exprimí lo que sentía, lo que tanto tiempo había sentido y que necesitaba saber para saber que estaba vivo.

Y otros años después me veo aquí en este pedazo de papel que traje conmigo y en este pedazo de la inmemorial noche hay alguna sensación gratificante que me conmueve.

Aunque no me vea ahí y no me sienta así hoy me trae esta ligereza, estos días que me quedan y todavía las cosas que quedan por pasar y hacer.









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