Tarea libre.
Ya saben que mientras más abras ventanas más polvo entra. Los días se comprenden finitos con un calor del averno y mal dormir, ahí cuando te despiertas se termina algo y empieza otra cosa que no es otra que respirar, hacer algún que otro mandado y meterse algo a la boca. La lista de la compra un poco más corta en cada viaje de cinco cuadras para arriba y cinco cuadras para abajo.
Idas y venidas. Fotografías del atardecer. Un día libre de culpas, recuerdos y responsabilidades. Caminar hacia una calle desconocida, una ubicación que nada representa más que suelas y llantas que por la mañana pasaron, por la tarde regresaron exhaustos a quererse en lo que el tiempo les quede. Parece que mi casa es ajena a trapos húmedos, las ventanas dejan entrar el rocío de los fuegos artificiales en el terminar de enero ¿Cuánto tiempo ha estado el humo suspendido? Acá adentro el aire huele a julio, cuando el frío asoma, infiltrándose por el almohadón y los edredones de ganso artificial, mientras el río suena a dos cuadras a la derecha, una a la izquierda con otra a la derecha. Nadie se pasa de visita y los amigos están en otro pedazo de tierra, desperdiciando sus inútiles vidas aunque útiles para ellos y nada que ver conmigo, hermosas que la mía.
Es tan difícil. Ser. Dar entender. Parece que hay algo transparente enfrente de mi mente. Parece que no aprendo. Tiene pinta que no quiero avanzar. Me gusta a veces lo que soy y como hago las cosas, lo que digo que es mucho más de lo que debería decir, pero aun de esta manera las palabras, mi voz no alcanza a donde debería llegar. Algún día esta tarea solitaria y polvorienta de abrir ventanas en casas ajenas me será de provecho, supongo, supongo que antes de morir en un agosto con lluvia y flores a punto de morir me jactaré de ello y seguro que quien me acompañe se reirá también. Antes de irme a soñar con algo que me perturbe la mañana del día después leeré un par de páginas y pretenderé que nada de esto ha sucedido.
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