A lapiz.

    Sobre, sobre y sobras. Mezclas de elementos de un mismo material pensado para rayar, para ser un cuenco que recoge agua de lluvia en el patio. Espera. Espera con la paciencia inanimada. Espera. Espera su momento, el segundo en que una bala te atraviesa las entrañas y, en su blancura, salpica la desgracia liquida, liquida y roja o negra o azul en la que desees (o la bala desee) percudir, sobrepasar o agrietar el cuenco que no esperaba agresividad alguna.

    Si de niños la usábamos para rayar ¿que paso? ¿donde estan los garabatos coloreados? ¿el león vertical? el árbol, las montañas y el sol. La casita tricolor, las ventanas separadas y los espacios en blanco que eran el relleno de la imaginación ¿te acuerdas de los muñequitos de palito?

    No digo extrañar. De verdad que no. No pretendo que se trate de una angustia por la regresión. No vale la pena, ni el intento, ni el aliento. En los recuerdos están todos ellos pero no viven ahí. Están bajo tierra o en la basura o buscando comida en el refrigerador. Cocinando arroz o comiéndolo, pues no es lo mismo.

    Nene, nadie puede dibujar el asco pero si escribirlo, comerlo y escupirlo.

    Es triste si, pero es ese mismo blanco y gris del presente que nos sostiene. La tristeza debe ser escrita. Salpicada en la blancura o dibujada. No garabateada. Es en ese momento en que das cuenta que no entender o ignorar en ciertos caso es paz interior, eran esos espacios en blanco que delineaban la aventura de conocer y que, hoy, nos despiertan a medianoche o nos dejan en cama hasta el mediodía. Saltando el almuerzo y el desayuno no por ayuno sino por entendimiento.  

    Entiende. A lápiz es mejor que pulsar pixeles en una pantallita o colorear eso que, sabiéndolo, no tiene color alguno. No es pesimismo absurdo, no. Es una realidad. No puedo gastar mi cera en dibujar un león vertical, una montaña o una bala que se muda a mis entrañas. Mis colores son para los merecedores, para los del buen comer y los cocineros. Los que piensan con el cerebro y alucinan cuando un regalo cae del cielo. Me siento mejor que ayer, anteayer pero no que la semana pasada que se me encorvaba la espalda. Un descanso necesario y pedido por mi cuerpo que no tolera ciertas decisiones del color rojo que tiñen el ver de moños y tonos sonoros. 

    

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