Quince.

 

   "Buscás eso que llamas la armonía,                                             pero la buscás justo ahí donde acabas de                                             decir que no está, entre los amigos, la                                             familia, en la ciudad."

Julio Cortázar, Rayuela.                                                 



                                                 Quince años.


Mañana.

 

  Mañana nos iremos de excursión. Los chicos que han jugado salvajemente en sus jaulas con carreteras, parques y calles, armando nudos y juntando palos en pilares para hacer un fogón probaran por primera vez los exteriores del exterior de su jardín. No la calle, no. El campo abierto donde se ve alguna casita a lo lejos, nada mas en tu camino, nada mas, solo el horizonte brillando, gradiente de color del azul al naranja y como tocado por un beso de tu primer amor ese lila, morado intenso que te quita la asfixia. Se mete en tus pulmones como el primer cigarrillo a escondidas. Dentro y te estremece, te da un sudorcito en la espalda que sale ya tan caliente como un obeso en los primero metros de una maratón. Curioso de lo ardiente, de ese abrazo que solo te regala el campo con sus pinceles y fantasmas. Solo me quedare con esta sensación escondida entre las nubes con nombre de Sabrina y el suelo en el que duermo separado por una colchoneta y un sleeping.

Con recordar esto se hace agua la boca. Es un placer bucal, escribir las palabras en mi boca a voz susurrante a la vez que las escribo como si tuviese un monologo que presentar, diciendo las palabras acalambradas por silaba y vocal. Practicando decirlas para la vocecita cariñosa que me ha acompañado desde ese día. Se que no soy yo por ello le doy su espacio propio, su nombre y su forma. El tono falta aclararlo, nunca se mantiene en una nota. Podría decirse o decirle, decirles que suena urgente pero cálida y atenta. 

Es su mezcla. La mezcla que vi ahí. Lejos de casa. Sintiendo todo menos agonía, tristeza o inquietud.  Solo el temblor adentrándose y compartiendo su belleza respirable en un lugar como este, con veinte chicos y cuatro adultos. El pasto rociado por luces parpadeantes, linternas en medianoche, maderas húmedas y carpas inundadas de adolescencia. 

Creo que acá me di cuenta, sutilmente en el polvo de las polillas de la noche que podia escribir y todos tenemos la capacidad de sacar algo deforme de dentro. Caracterizarlo. Adjetivarlo. Cortar la forma indicada en papel mache. Todos tenemos eso. Algunos toman de lienzo su propia carne y sus huesos. Otras veces tomamos las quemaduras para tocar el amor, el placer o el dolor. Siempre que queremos sacar algo debe ser así, acá es donde debemos tomar la decisión de plasmarlo, seguir alimentándolo, archivarlo en nuestra galería. Con quince años llega la decisión estirada por la confusión y la búsqueda de que somos y como nos tratamos. Es un trato o un acuerdo, una llamada a casa donde pertenecemos, al miedo creciente y rutinario como el clima sin contaminar. Un cielo con los colores que siempre tiene.   

Escribir y sacar a pasear los personajes al exterior de un jardín, afuera de las verjas que los retraen. 

De eso se trata.

Encontrarte donde busco, en un campo que recuerdo no olvidar y sin embargo no lo traigo a mis manos.



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