Barriendo la cabeza.
No pudo ser una pesadilla. Todos estaban ahí, mirándome. Con los cuellos erguidos flotando en el agua, como nenúfares en un pacifico lago. Estaban en el el canal que cruza la capital, aquel que fue ideado como el Sena que parte Paris, hecho de concreto pulido que con el tiempo se hizo rugoso y polvoriento. Con el tiempo su idea fue cambiando con las necesidades. La capital urgía un desagüe, una forma de llevar todas las suciedades y putrefactos desechos de los citadinos fuera de la ciudad de las calles que brillaban de sol horneador. Ellos estaban ahí, solo que en aquel rio artificial, balneario de aguas limpias que nunca llegue a ver. Aun no había nacido.
Hechos de brea y que con cada pulso de la corriente supuraban mocos negros, espesa flema de alquitrán. Me miraban como si fuese la ultima persona no ahogada. Me fije en ellos tanto como en el fondo que me llamaba, tan claros como el agua apostados con calma los huesos de niños pequeños también me miraban sin ojos, perdidos en la calma final. En el fin del ciclo. Terror son estas palabras juntas. El rio se fue llenando de cabezas emergentes hasta llenarse y pegarse a modo de cardumen, en realidad, como magnetos sin polos opuestos. Ningún ojo podía verme, nadie tenia, pero los oía llorar, aumentando el volumen de su voz así como el agua de la noche que cubría la escena. La luces eran los faroles del puente que mis pies anclaban. Apenas movía alguna parte de mi cuerpo el silencio colmaba todo lo que alcanzaba la negrura, dejaban el llanto y quedaban inmóviles dejando al puente estremecerse sin emitir ningún sonido. Mas segundos pasaban, mas cabezas había.
No quiero quedarme acá, podría, pero no quiero. De alguna masoquista manera parece tan pacifico este lugar almacenado en mi cabeza. Tan pacifico como la idea de ver aquella brea que cubría los huesos de los niños pequeños. Pacifico y pavorosa como la idea de dar un paso al frente y pasar la baranda. Asi lo hice. Salte a la paz. Deje la idea y pase a la ejecución. Un salto maravilloso por los aplausos que colmaron mis oídos, los silbidos de estasis que paralizaban el tiempo y la mixtura de temperatura que controlo mi cuerpo.
Había pasado un tiempo considerable. Ya debería estar por chocar con la masa de siluetas azabache. Alguien cambio las reglas. Abrí los ojos y para mi sorpresa, con el silencio de una cueva natural, estaba de nuevo parado sobre el puente. De nuevo escuchando ahora los sollozos pero solo de los huesos. De los blancos dientes de leche separados de las encías. Mire abajo y solo había una cabeza de brea, con ojos y resto del cuerpo dado vuelta metiendo en una bolsita de pana los dientes separandolos de los demás huesos.
Tenia que sacarlo de mi cabeza.
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