Asi se siente el odio.
Estrelle mi cabeza contra la gruesa vitrina, se me escapaba el aire de los pulmones, mis ojos palpitaban, abrían y cerraban como una persiana. El mundo, las calles me ensordecían y perforaban las sienes, las risas eran estruendosas a la madrugada, ya eran alrededor de las cinco de la mañana, ya a esa hora empiezan a desalojar los bares y boliches por voluntad. Era mi voluntad. Mientras intentaba recuperar algo de aliento, invadió un dolor lacerante en la cabeza. Parecía que un caño se había roto, empecé a sudar ardiente, las gotas saladas no llegaban a los ojos. Salían de mi piel y desaparecían.
Pase quien sabe cuanto tiempo así antes de caer rodillas al asfalto. Mis brazos no respondían a ningún movimiento. La fuerza restante quedaba en mi cuello sosteniendo mi cabeza de un posible golpe fatal. Garganta hinchada de acido estomacal, vomite, vomite sangre, vomite aire con pedazos de carne viva. No es la primera que esto pasa, pero es la primera que me derrota.
Una bolas rebotaban en mi interior, prendidas en candela quemando las paredes del torso, el pecho explotaba de enrojecimiento. Sulfuraba, emitía vapores tóxicos que al respirarlos volvía a repetir el ciclo de las nauseas. El peso físico levitaba, dándole espacio a triturar la columna con el paquidermo kilaje de un sentimiento.
Así se siente el odio, odio propio.
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